Las personas que no tienen registro de su angustia son candidatas a padecer enfermedades psicosomáticas como asma, dermatitis, alergias o tumores.
Para ser más claros: cuando se muere un ser querido y uno no derramó una sola lágrima, si se casó un hijo y sólo se permitió declamar su felicidad, o si se separó de una persona amada y la remplazó antes de reponerse del dolor, la carga de angustia que no se expresó, aparecerá en otro momento y bajo otra forma, por ejemplo como una afección orgánica.
Este hecho nos enseña que el sufrimiento no puede ignorarse y tanto la pena como la alegría necesita de canales adecuados para circular.
El dolor y el placer son parte de la amplia gama de sentimientos propios de la naturaleza humana, y el equilibrio psicofísico sólo es posible cuando se canalizan en forma adecuada.
No se puede pretender que la vida sea pura satisfacción pero tampoco se puede permanecer en un estado de queja constante si uno quiere tener una existencia plena y feliz.